«El síndrome del sabio»

Wiltshire dibujando Roma
Wiltshire dibujando Roma

Recientemente dediqué un post a una de las grandes paradojas de la memoria del ser humano que nos revela el hecho irrefutable de que para recordar es necesario olvidar. Nuestro cerebro debe crear espacios en nuestra memoria en los que albergar nuevos recuerdos, aunque como muy bien dijo Kafka es imposible recordarlo todo. Pero imaginaos por un momento que esto fuera posible, que recordarais vuestra vida desde el segundo uno, sería extraordinario pero duro a la vez puesto que todos tenemos recuerdos buenos y malos además tendemos por un natural mecanismo de defensa a recordar en especial los buenos momentos, dejando a un lado los momentos traumáticos vividos.

Os cuento todo esto porque me gustaría que conocierais a un artista inglés llamado Stephen Wiltshire, hijo de padres antillanos que emigraron a Inglaterra en busca de un futuro mejor, un niño que fue diagnosticado de autismo a la edad de 3 años y que desde que vino al mundo trajo consigo esa mirada característica de estos chicos especiales que no miran pero traspasan. Chicos ausentes, fuera de contacto y con una dura lucha de identificación del yo y de su entorno. Un duro síndrome con el que luchan y conviven estos chicos y su entorno familiar, a los que apoyo y transmito toda mi admiración y respeto. Casos especiales entre los que destacan algunos chicos con un elevado coeficiente intelectual que eligen un camino diferente para comunicarse con el entorno. Casos como el de Stephen que encontró el camino a través de la plumilla y el pincel, que eligió el papel como primera palabra para pronunciar y que a los cuatro años su comunicación con el mundo llegaba a través de estos utensilios y de su prodigiosa memoria fotográfica. Solo pueden calificarse como fascinantes su historia y su prodigiosa memoria, Wiltsire se dedicó de niño a dibujar todo lo que veía, y lo que su mente grababa no lo olvidaba jamás.

Roma al milímetro
Roma al milímetro

Cuentan que la revelación de su talento le llegó con tan solo 12 años, después de que sus profesores en el colegio observaran una reproducción del Big Ben hecha de memoria en pocos minutos. Un talento que fue destacado por el mismísimo director de la Academia Británica y que generó gran interés en diversos especialistas en neurología. Especialistas que acabaron por cambiar su diagnostico por el de síndrome de savant (síndrome del sabio), un sabio que jamás te mirará directamente y que te sorprenderá por la brevedad y simplicidad de sus respuestas pero que te dejará atónito cuando dibuje lo que su mente es capaz de retener.

Y es que Wiltsire es capaz de dibujar una urbe al milímetro tras sobrevolarla en helicóptero sin dejarse una sola ventana, columna o esquina de la ciudad.

Sus dibujos han sido comprobados concienzudamente y son maravillosamente exactos. Grandes urbes como Tokio, Nueva York, San Francisco, Londres, París y Roma ya han sido capturadas y plasmadas por la prodigiosa memoria de Stephen.

Una historia que me ha conmocionado, me ha hecho reflexionar y llegar a la conclusión de que el ser humano jamás me dejará de sorprender. La genialidad de un hombre aislado en su peculiaridad, que se ha mostrado al mundo y me ha abierto la puerta a una nueva hipótesis en la extrapolación de esta bonita e increíble historia al fútbol:

 ¿Qué pasaría si recordáramos todo?, si recordáramos cada regate de Diego, cada control de Zidane, cada cambio de ritmo de Cruyff, cada parada de Maier o Yashin, cada salida de balón de Beckenbauer o Luiz Pereira, cada gol de Di Stéfano, cada slalom de Pelé, cada amague de Garrincha, cada pase de Laudrup, cada ‘culebra macheteada’ de Rivelino o “Mágico” González….

Posiblemente lo que pasaría es que recordando todo esto seríamos más felices y más justos con nosotros mismos, con la historia. Y nos percataríamos de que todo ser humano por muy simple que aparente ser puede ocultar un mundo interior tan rico y complejo como para crear genialidades como las que crea en cada huidiza mirada Stephen Wiltsire. El hombre que jamás olvida.

   

Mariano Jesús Camacho.

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