La memoria del viento.

Juan Sebastián Elcano
Juan Sebastián Elcano

El buque escuela Juan Sebastián Elcano es un bergantín goleta de la Armada Española que fue botado en Cádiz, el 5 de marzo de 1927, un año más tarde (1928/29) emprendió la apasionante aventura de su primera vuelta al mundo. La primera que marcaba una serie de innumerables vueltas al globo en las que ha dejado testimonio de su belleza y solemnidad.
En el Libro de Bitácoras -que se creía perdido-, «hojas de servicio», «nóminas» y apéndices dedicados a la vida de los oficiales se acumulan manuscritos que relatan las incontables anécdotas, hazañas y temporales que ha vivido este magnífico navío a lo largo de su dilatada historia.
Un bello velero de cuatro palos, que ha anclado en más de 150 puertos de 68 países y navegado más de un millón y medio de millas. Aquel al que la Rosa de los vientos conduce de forma y manera ineludible a un mismo destino: el puerto de Cádiz, su casa puesto que este valiente navío pasa por ser un gaditano más.
Cuentan que entre sus velas se cobija la memoria del viento, esa que queda atrapada entre sus telas aladas. Telas que desafían a la tormenta, que mantienen un pulso con Neptuno y saludan a sus paisanos al atravesar la Bahía gaditana y atracar en el muelle de la ciudad. Esas que hace ya casi un año grabaron a fuego en su memoria el melancólico suspiro de una ciudad que a diferencia de su habitual carácter festivo les recibía con una espina clavada en su corazón. Un corazón azul y amarillo que acababa de sufrir una cruel pesadilla a orillas del mediterráneo, en un blanquiazul puerto alicantino en el que se consumó una “Tragedia Griega” que llegó en forma de “Tormenta perfecta”.
Una pesadilla muy real acaecida un fatídico 15 de junio de 2008 cuando un futbolista llamado Abraham Paz (otrora héroe) tuvo la fatal desgracia de ser el protagonista de aquel mal sueño. El peor desenlace para una afición que para nada merecía semejante castigo, segundos en los que se jugaba el ser o no ser de todo un año. Un penalti en el último suspiro que se fue al limbo y condujo al Cádiz  al Paso de Drake, donde ese oscuro mar, (dicen que el más terrible del planeta), retuerce tu nave sesenta grados a babor y mete literalmente la proa en el negro océano. Aquel fatídico día en el que todos fuimos testigo de como medio barco se sumergía en el oscuro mar de Drake (Segunda B) con nosotros dentro.

La afición
La afición

Una tormenta perfecta de la que hemos logrado salir este domingo 24 de mayo, cuando todos hemos despertado en medio de una tremenda granizada, un diluvio de casi un año tras el que hemos comenzado a equilibrar nuestra línea del horizonte. Todo gracias al buen hacer de un joven capitán llamado Javier Gracia, que pese a todo siempre ha dado la sensación de haberse curtido en mil y una batallas. Batallas como la que nos ha hecho salir de este mal sueño y que hemos vencido sobre un mar verde de Irún. Ese enclave geográfico en el que la cartografía marítima nos ha devuelto a la vida real. Tan Real como la Unión, ese equipo vasco al que temíamos tanto como al pirata Francis Drake, pero que acabó siendo menos fiero que ese mar con su mismo nombre y enseñándonos el camino hacia la salvación. Hacia esa “Unión” que nos ha dado el ascenso y nos debe hacer navegar hacia la calma, esa que transmitió durante todo el año nuestro capitán Gracia, su contramaestre Peguero y su incansable dotación.
Aquellos a los que hoy damos las gracias por habernos devuelto la ilusión, algo que era nuestro y que nos fue arrebatado una tarde de dolor.
Una tarde que queda en el olvido y en el recuerdo, atrapada en esa memoria del viento, en esa tremenda paradoja vital que certifica que para recordar es necesario olvidar. Atrapada entre esas vetustas velas de este mágico bergantín goleta que en su próximo saludo al puerto gaditano será testigo del recibimiento de una ciudad que vuelve a sonreír y a latir en azul amarillo. Ese tsunami que ha bañado de color esta trimilenaria ciudad que vuelve a tener un equipo de plata, como sus calles, como su mar.
Gracias y buenos vientos.

Mariano Jesús Camacho.

Deja un comentario