Feitiço, el hechicero que desafió al poder

Sumido en el polvoriento olvido de los archivos del fútbol y de entre los ocres recuerdos de una crónica balompédica rescato a un goleador en cuyo perfil cual madreselva trepó y quedó vestida la anécdota de sortilegios y hechizos. Aquel que a través de sus goles y su inigualable temperamento, como verde enredadera, elevó hacia el cielo su imponente leyenda.

Hechizos en el barrio de Bixiga

Nacido un 29 de septiembre de 1901 en la región de Consolação, en Bela Vista, el pequeño Luís Macedo Mattozzo construyó sus primeros sueños con un balón en las innumerables peladas que jugó en uno de los numerosos campos del popular barrio de Bixiga, que fue testigo sus incipientes sortilegios. Como el nuevo siglo vino al mundo para dar mucha guerra y la ciencia del hechizo. Guerra con su fuerte personalidad, su temperamento y hechizo en cada remate a gol que ejecutaba. Inquieto desde las manos de la comadrona hasta el último de sus días, fue un chico que llegó con un aura especial, quizás por ello estaba predestinado a ser apodado “Feitiço”. Un apodo que le colocó una torcedora llamada Helena, que al verle jugar exclamó lo siguiente: “Aí, o Luizinho quando joga parece que tem feitiço nos pés!”.

Como buen hechicero del gol y hacedor de hechizos, su perfil histórico fue una especie de amuleto que hizo vibrar a multitudes con sus zapatazos, aquellos golpeos de puntera que cual Caja de Pandora liberaban toda la maldad posible para sus rivales. Un garoto que comenzó a dejar patente sus condiciones para el gol en el conjunto italo-lusitano de Pinheiros y en las filas de Sao Bento, conjunto al que llegó en 1922 para consagrase como máximo goleador paulista en los Campeonatos de 1923 con 18 tantos, de 1924 con 14 y 1925 con 10 goles. Pronto comenzó a hacerse un nombre entre los primeros ‘craques’ del fútbol brasileño, su apodo Feitiço sonó junto a grandes nombres de la época como Arthur Friedenreich y Armando Del Debbio, especialmente desde que su fútbol y sus goles comenzaron a cantarse en la tribuna de Vila Belmiro, donde Feitiço se ganó la admiración de la torcida santista. Y es que Luiz Macedo se enfundó la casaca blanca de Santos en 1926, y pronto se convirtió en el primer gran ídolo del histórico club paulista. Integró el ataque santista recordado como el de los cien goles junto a Osmar, Camarão, Araken y Evangelista.
Feitiço amaba la camiseta del Santos y los seguidores santistas le pagaban recíprocamente con sus gritos de aliento y exclamaciones de admiración. Dueño de un temperamento fuerte, se erigió como líder del equipo, mandaba y ordenaba sobre el césped a sus compañeros, sacando a pasear su explosiva personalidad para plantar cara absolutamente a todos, ya fueran árbitros o rivales. Rindió a gran nivel y demostró su absoluta identificación con los colores de Santos, además fue autor de 216 goles con la camiseta del conjunto de Vila Belmiro. Las tres ocasiones en las que fue máximo goleador del campeonato con la camiseta de Santos, en 1929 con 12 tantos, en 1930 con 37 tantos y en 1931 con 39, le convirtieron a efectos estadísticos en el único futbolista anterior a Pelé en convertirse en el máximo goleador del campeonato paulista en tres ocasiones consecutivas. Además con ello firmó su sexto título de máximo anotador, consagrándole como uno de los grandes ‘killers’ de la historia de Brasil.

Desafiando al poder con su hechizos

Su temperamento perfiló tanto para bien como para mal su personalidad además de sus aptitudes como delantero, que le valieron para ser personaje referencial del fútbol de su época, especialmente por una anécdota que protagonizó portando la camiseta de la selección paulista. Y es que en aquella época en la que comenzaron a disputarse las Copas del Mundo, las Selecciones paulista y cariocas de la época se enfrentaban en apasionantes duelos, que acababan en muchas ocasiones en batallas campales. Precisamente en la Selección paulista de la época, destacaba sobremanera Feitiço, el letal disparo del hechicero del gol con la puntera de su bota, la raza, el arrojo, la valentía y su excelente remate de cabeza le diferenciaron del resto. Por ello era habitual en las convocatorias, con la que en 1927 en un partido muy disputado ante la selección carioca, protagonizó una curiosa anécdota que vistió de leyenda su carrera. Y es que cuentan que a solo 10 minutos para el final del encuentro el árbitro se sacó un penalti de la manga contra los intereses paulistas. Una decisión que el explosivo Feitiço no encajó nada bien, pues indignado ordenó a los compañeros que se retirasen del terreno de juego.
Aquella bravata del delantero paulista no sentó nada bien en el palco de honor, donde el Presidente da República de la época, Washington Luís, ordenó con autoridad que se reanudase el encuentro. Washington Luis era una das figuras más impopulares del país, conocido por una desafortunada frase en la que demostró su catadura moral, afirmando que el pueblo era una cuestión de policía y no de política. Por tanto el delantero paulista sabía con quién se la estaba jugando, una circunstancia que no le hizo vacilar un ápice su postura, pues Feitiço, nuevamente con orgullo, desafió al Presidente y dijo: «El Presidente puede mandar ahí y en Palacio. Pero aquí abajo mando yo!» Y el encuentro no se reanudó…
Ese era Feitiço, aquel que en 1932 puso fin a su periplo como jugador de Santos y firmó por Corinthians, club desde el que se marchó al fútbol uruguayo para dejar su rastro goleador en la orilla aurinegra del río de La Plata. Feitiço integró las filas de Peñarol de Montevideo en 1933, conjunto en el que nuevamente fue máximo artillero y en el que salió Campeón Nacional. En el conjunto uruguayo formó con Ballestero, Clulow, Cazenave, Zunino, Gestido, Aizcorbe, Taboada, Rubilar, Feitico, Severino Varela y Braulio Castro. Feitiço destacó por su facilidad goleadora y su remate de cabeza, además de por su efectividad en los clásicos del fútbol uruguayo, donde casi siempre hacía gol. Marcó época en el fútbol uruguayo y cuentan que para laurear su efectividad comenzaron a referirse a él como el artillero brasileño, una de las primeras referencias históricas que encontramos de la citada definición. Y como no podía ser de otra manera, la anécdota cual madreselva, se enredó una vez más entre sus goles legendarios. Especialmente con uno de ellos, cuya validez se convirtió en motivo de debate y gran controversia en el Uruguay futbolístico de la época.

El gol de la parábola interminable

El suceso se produjo un 1 de junio de 1935, con el incomparable marco del legendario Estadio Centenario como testigo. Era un partido de la Copa uruguaya y se enfrentaban Peñarol y Montevideo Wanderers. Cuentan las crónicas que avanzado el minuto 25 de partido el delantero brasileño enganchó un gran zapatazo hacia la meta defendida por Juan Bautista Besuzzo. La pelota envenenada por el efecto del punterazo, dibujó una extraña trayectoria, pegó en un lateral de la red, hizo efecto parabólico e impactó con el otro palo saliendo despedida. Sobreira, el colegiado del encuentro dio gol, aduciendo «en el acta» que la pelota había traspasado la línea de meta al efectuar la parábola tras la línea de gol.
Dio por válido el tanto y Peñarol venció 1 a 0, pero en aquella época las decisiones de los colegiados, aún podían ser objeto de impugnación y debate, por lo que los dirigentes de Wanderers presentaron alegaciones contrarias a la decisión de Sobreira. Fueron 46 días para la discusión y para el debate, hasta el 16 de julio de 1935, cuando por fin concluyó uno de los gritos de gol más largos de la historia, dando oficialmente validez al eternizado gol de la interminable parábola Feitiço.

Grande craque

Con su perfil histórico nos topamos con el de uno de los primeros grandes craques del fútbol brasileño, recordado y querido también en Peñarol, club en el que dejó huella para luego en 1936 y a la edad de 35 años, regresar a Río para jugar en las filas de Vasco de Gama, conjunto al que llegó como figura consagrada y donde aportó su experiencia y profesionalidad en la consecución del título carioca de la temporada 1936/37. Sus siguientes destinos serían el Palestra (Palmeiras) y el Sao Cristovao, club en el que en 1941, a la edad de 40 años puso fin entre hechizos, a su encantamiento del gol y a su dilatada carrera deportiva. Una carrera a la que dio continuidad desde la posición de colegiado y entrenador hasta su muerte en 1985.
En la noche eterna del 23 de agosto la celda del olvido apagó un hechizo de fútbol que inspiró goles y sueños de fútbol en varios puntos de Brasil, especialmente en São Vicente, municipio de la microrregión de Santos, donde un grupo de jóvenes que comenzaban y soñaban con emular a su ídolo en la década de los años veinte, fundaron el Juvenil Feitiço, luego Feitiço Atlético Clube, que en la década de los cincuenta pasó a llamarse con el nombre de la ciudad.

Deja un comentario