Otilino Tenorio ‘el Spiderman del gol’

En los límites de la poesía que atraviesan la línea ecuatorial de los recuerdos, la modesta ciudad de Esmeraldas, moldea la amplia sonrisa que dibujó el rostro de un niño que desde que vino al mundo regaló cascadas de felicidad y racimos de optimismo. En mitad de la nada en el ecuador de la escasez Otelino George Tenorio Bastidas se las ingenió para ser inmensamente feliz y transmitir su optimismo a sus iguales. Pronto su padre se marchó a los suburbios de Guayaquil en busca de un futuro más prometedor y en aquel barrio comenzó la fiesta para Otilino, en la pared de su vivienda del barrio La Chala, al sur de Guayaquil, donde jugaba al fútbol con sus hermanos.

Como tantos arietes, nació para el fútbol en la posición de guardameta, pero tan solo de forma transitoria, pues su alma de delantero acabó abriéndose paso hacia la punta de ataque. Una posición en la que marcó época en el fútbol ecuatoriano, tanto por su facilidad goleadora como por la desbordante cascada de optimismo y alegría que constituyeron sus celebraciones, siempre a la altura de sus grandes goles. Su padre Víctor jugó un papel esencial en su evolución y consagración como futbolista, no en vano el cabeza de familia siempre soñó con ver vestido de corto a uno de sus hijos y en especial a Otilino.

A los 9 años, ingresó en las divisiones inferiores de Emelec, en los patios del colegio Aguirre Abab, Alberto Vera Rodríguez, identificó el talento del menor y lo dejó en las manos de los entrenadores Ricardo Armendáriz, Manolo Ordeñana, Carlos Torres Garcés, Dennis Dau y Enrique Raimondi, quienes pulieron al talentoso centro delantero de Esmeraldas. «Creció rápido y aprendió de todo. Recuerdo que Raimondi me dijo, cerca del oído, en uno de los entrenamientos: Este negrito es veloz y pinta para crack». También le aconsejaba: «Mijo, cuídate mucho, recuerda que el fútbol te dura 8 o diez años».

Se llamaba Otelino pero como todos le conocían como Otilino acabó adoptando el citado nombre para el resto de sus días. Junto a su hermano Ayinson soñó con ser feliz y hacer feliz a la gente con la pelota, y  a fe que lo consiguió. Otilino fue grande por su eficacia, también por su carisma, para Otilino, siempre con una sonrisa perfilada en su horizonte, en su alma de clown, la vida era un regalo y el fútbol la herramienta idónea para transmitir a los demás su felicidad. Oti fue el gol guayaquileño, la representación física de la tres letras reinas de este deporte. Sus goles tejieron la leyenda de Emelec y sus celebraciones comenzaron a ser conocidas internacionalmente dado que Oti, cuando marcaba un gol, se colocaba una máscara de Spiderman. Al parecer todo comenzó en 2002, cuando su primer hijo, Jordi, le pidió que le comprara una máscara para jugar al Hombre Araña. Fue entonces cuando Oti pensó en utilizar la máscara del súper héroe para celebrar los goles y bailar sobre la cancha para alegrar a Jordi.

Así comenzó a adquirir fama internacional y a marcar tendencia en el fútbol. Otilino era la alegría tras la máscara, el superhéroe de Emelec, puro Carnaval… En cierta medida Otilino encontró su lugar en el mundo y su deber de propagar la alegría cumpliendo su destino con el canto del gol. Desde que hizo su aparición con la azul de Emelec en 1998 ‘La Boca del Pozo’ la familia azul de Emelec descubrió en Oti a su nuevo ídolo. En Emelec consiguió ser el máximo goleador de la historia de la Copa Merconorte con 11 tantos, y goleador de la Copa Merconorte 2001 con 7 anotaciones, además de haber sido subcampeón del citado torneo internacional ese mismo año. Fue partícipe del bicampeonato que el Club consiguió en los años 2001 y 2002

En 2001 pasó al Santa Rita de la provincia de Los Rios, y tras regresar a Emelec se marchó a Arabia para jugar en las filas del Al-Nasr. En Arabia se le apagó el Carnaval y el fútbol gol quedó perdido tras la máscara, por ello regresó a su querido Ecuador, para recuperar la alegría y volver a mostrarse como aquel ‘spiderman del gol’ al que tanto amaban. Lo hizo para portar la casaca de El Nacional, que lo contrató en 2004, temporada en la que una grave lesión le dejó k.o. En el 2005 se recuperó de su lesión y volvió a mostrarse como aquel goleador empedernido de la máscara, mensajero de la alegría al que la vida le citó con la crueldad de su destino.

Firmó su último gol ante el equipo de sus amores, Emelec, un 17 de abril del 2005 en el estadio Olímpico Atahualpa, jugando para El Nacional. Aquella tarde hizo tres dianas y en lugar de festejarlas con su clásica máscara lo hizo con una misiva en la que se podía leer “Con amor”. Paradójicamente su destino siempre estuvo vinculado a Emelec, pues disputó su último partido en un Emelec Nacional en el Capwell, un 24 de abril del 2005. Un encuentro en el que defendiendo la camiseta de Nacional cuentan que le arrebató la bola al delantero de Nacional que iba a patear una pena máxima que podía colocar a su querido Emelec en descenso. Otilino la agarró decidido, la puso en el punto de penal y la lanzó muy de largo por encima del larguero. La hinchada local, comandada por la Boca del Pozo, comenzó a gritar: «O-ti-lino, O-ti-lino»,  poco después fue expulsado. ¿Pudo su corazón emelecista más que el gol? Para muchos sí, por ello y sobre todo por aquellos goles y sus celebraciones con Emelec, por ser la ‘Alegría del fútbol’, ‘La Boca del Pozo’ la familia azul jamás le olvidará.

Con el llanto de alegría de su tía María cada vez que anotaba un gol se marchó la leyenda de Oti. En homenaje a su memoria, en la Copa Mundial de Alemania 2006, Iván Kaviedes se puso una máscara amarilla del «Hombre Araña», tras conseguir el tercer gol de la «Tricolor» en el triunfo sobre Costa Rica por 3-0.

Un sábado 7 de mayo de 2005, el destino le jugó una mala pasada, puesto que aquel fatídico día en el que perdió la vida en accidente de tráfico tendría que haber jugado con su equipo, pero una tarjeta amarilla agregada por error le colocó fuera del partido y en la recta final de su vida. Iba  a su Esmeraldas natal, a celebrar junto a su madre Fanny el día de las madres, dicen, cuentan que el gol perdió su máscara de Carnaval, que la sonrisa quedó errante en aquella carretera y que la alegría se marchó abatida por la ausencia de Otilino Tenorio, el ‘spiderman del gol’.

PROHIBIDO OLVIDAR…

Mariano Jesús Camacho

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